Pensar en lo que los demás piensan es un comportamiento curioso, sin sentido y bastante común en los seres humanos. Desde una simple manera de matar el tiempo hasta un vicio adictivo derivado de la curiosidad nata del ser humano, sus razones son variadas y las circunstancias en las que sucede este pueden ser igual de variopintas. Lo que es cierto, si no se atina al pensamiento de aquella persona, todo ha sido una pérdida de tiempo.
No era el antro de más mala muerte de la ciudad, pero si era un reconocido lugar de perdición, una tapadera que una de las tríadas locales mantenía para sus actividades ilícitas en Fuyan. La música electrónica a un volumen bastante alto en conjunto con la baja iluminación alternada con los flashes de luces y láseres de colores rosa, verde y morado, propiciaban las condiciones perfectas para cualquier tipo de negocio, atraco o perversión. La peculiar construcción del edificio con efectos semejantes a una avanzada jaula de Faraday, la red cifrada interior –que tenía un costo, por supuesto- y la vista gorda de los matones de la triada siempre y cuando se pagara la cuota correspondiente, eran obviamente solo un plus.
Cazadora
Salió de las cortinas
de la pista al ritmo de la canción. Las luces, sus brazos, sus caderas y los
sonidos de la canción bailaban
sensualmente en el escenario. Como todas las noches, dio una vista rápida a
través de su mirada cubierta por el flequillo de cabellos negros.
Sus reflexiones le indicaron que el hombre de la barra podría ser un buen objetivo: solo, varios tragos durante el baile. El típico cruce de miradas al quitarse el guante fue el primer colmillo. Seguro era un hombre que huía, pensó. ¿Una esposa infiel? ¿Un trabajo aburrido? Todo aquello era irrelevante, pensó que aquel hombre iba darle algo de pasta y eso, era lo único relevante.
Fortuna
—Esta es mi noche—
pensó Ma Yun.
Al comenzar la partida,
había logrado ingresar un par de bolas lisas.
La primera vez que
había ido, ganó sus partidas de billar. Ganó los suficientes Yuans como para
darse una cena bastante fuera de su presupuesto habitual. Regresó una segunda vez
y volvió a ganar, se sintió tan contento que pensó que este sería el inicio de
una nueva –y exitosa- vida. Y aunque en verdad fue el inicio de una nueva vida,
no fue lo que él había pensado. La tercera, la cuarta y las que le siguieron,
no pudo ganar ni un mísero Yuan pero, para aquel entonces, ya se había hecho
adicto al lugar. Comenzó a endeudarse y a convertirse en un habitual, siempre
consumía varios especiales de la casa, una bebida de “frutas” de la zona. Jamás
sospechó que le habían dejado ganar, que poco a poco le iban introduciendo una
suave, sutil y casi imperceptible droga que le mantenía atado al “especial de
la casa”. La cual además de generarle adicción, permeaba sus habilidades de
concentración.
Instinto
— ¿Seguro que no quiere
un especial de la casa? —Le dijo el hombre tras la barra—. El primero es
cortesía.
Menuda cortesía el
darte una bebida con droga, pensó el Agente Joaquín Kozlov.
—Prefiero continuar con
el whiskey —contestó amablemente—, la verdad soy un hombre de costumbres.
La bailarina que
inauguró la pista le pareció verdaderamente sosa. Le faltaba encanto y talento,
solamente ejecutaba una rutina, bastante bien aprendida sin duda, pero a final
de cuentas era una simple rutina. Tras
una Chimera, ya nada es lo mismo, pensó. Una Chimera y ya no recuerdo que tantas cosas más, pensó. Se rio
para sus adentros. Le pareció que la mirada de ella cruzó con la suya pero él
veía fijamente los datos que le mostraba su geist, no le dio importancia
alguna.
Algo en él le decía que
el contacto era el tipo que jugaba billar contra el pobre hombre de rostro pensativo.
Por donde le vieras, la falta de expresión en aquel rostro indicaba que era un
cuerpo modificado sino es que quizás un androide humanizado. El contacto
perfecto de una IA, bastante obvio para quien conociera y a la vez bastante
seguro. Un paso en falso llamaría la vista de las autoridades imperiales y lo
único que tenía que hacer era ejecutar la rutina de autodestrucción.
Su geist le desplegué una serie de datos que le hicieron sonreír levemente. Mi instinto nunca falla, pensó. Bebió su trajo y se incorporó de la barra.
Ni la bailarina Kiko
Wu, ni el oficinista sin suerte Ma Yuan, ni el agente Joaquín Kozlov habían
tenido un remoto pensamiento relacionado a lo que en verdad pasaría, pues ni
siquiera estaba en sus manos. En el momento en el que un misil voló por los
aires aquel lugar, los tres –y todas las demás personas adentro- pensaban en
cosas que no llegarían a suceder.
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